Puedo fijar con certeza la entrevista de Lenin y Kropotkin entre los dias 8 y 10 de mayo de 1919.
Lenln
se dló un tiempo después de las horas de negocios del Consejo de
Comisarios del Pueblo (Sovnarkom), y me informó que podia llegar a mi
apartamento alrededor de las 5 P.M. Llamé a Kropotkin por teléfono para
informarle del dia y la hora y envié un carro por él.
Lenln
llegó a mi apartamento antes que Kropotkin. Hablamos sobre las obras de
revolucionarios en épocas precedentes; durante la dlscusión Lenln
expresó la oplnlón de que indudablemente muy pronto llegaría el momento
de ver ediciones completas de la literatura de nuestros emigrados y de
sus principales autores, con todas las necesarias notas, prefacios, y
material producto de investigaciones.
Es extremadamente necesario, dijo Lenin, no
sólo debemos estudiar nosotros mismos la historia pasada de nuestro
movimiento revolucionario, sino que debemos dar también a los
Investigadores jóvenes y a los estudiantes la oportunidad de escribir
una multitud de artlculos basados en estos documentos y materiales; para
familiarizar a la mayor masa pollble con todo lo que ha existido en
Rusia en esta generaclón. Nada podría ser más pernicioso que pensar que
la historia de nuestro país se inicia el día en que ocurrió la
revolución de octubre. Ya se oye esa opinión con frecuencia ahora. No
tenemos por qué seguir oyendo estupideces como esa. Nuestra Industria
está siendo reparada y las crisis de la industria tlpográfica y de falta
de papel ya están pasando. Publicaremos cien mil copias de libros como
la Historia de la revolución francesa
de Kropotkin y otros de sus libros; a pesar del hecho de que él es
anarquista, editaremos sus obras de la forma que sea posible, con las
necesarias notas que aclaren al lector la distinción entre el anarquismo
pequeñoburgués y la verdadera vlsión mundial y comunista del marxismo
revolucionario.
Lenln
tomó de mi librero un libro de Kropotkln y otro de Bakunin que yo tenía
desde 1905, y rápidamente les echó un vistazo, página por página. En
ese momento oí que Kropotkln había llegado. Fuí a recibirlo. Lentamente
subía nuestra empinada escalera de entrada (entonces tenía 77 años).
Nos
encontramos y caminamos hacia mi estudio. Lenin cruzó a grandes zancos
el corredor para acercarse a mí; sonriendo calurosamente le dló la
bienvenida. Kropotkin encendióse, y le dijo inmediatamente: ¡Qué
felIz estoy de verlo, Vladimir Illich! Tenemos diferencias respecto a
una inmensa serie de cuestiones, de medios de acción y de organización,
pero nuestros objetivos son idénticos, y lo que usted y sus camaradas
hacen en el nombre del comunismo es muy cercano y querido para mi
anciano corazón.
Lenin
lo tomó por el brazo y muy atenta y cuidadosamente lo condujo a mi
estudio, lo sentó en el sillón y tomó asiento él mismo al lado opuesto
del escritorio.
Bueno, dado que nuestros objetivos son los mismos, hay mucho que nos une en nuestra lucha, dijo Lenin.
Por
supuesto, es posible dirigirse a una meta por varias rutas, pero pienso
que en muchos aspectos nuestras rutas tienen que concurrir.
Sí, por supuesto, interrumpió Kropotkin, pero ustedes persiguen a los cooperativistas y yo estoy del lado de las cooperativas.
Y nosotros también estamos por ellas exclamó Lenin con fuerte voz. Pero
estamos en contra de ese tipo de cooperativa que concilia a pequeños
propietarios, terratenientes, comerciantes, y al capital privado en
general. Simplemente, queremos arrancar la máscara de esas cooperativas
deshonestas y dar a las grandes masas de la población la posibilidad de
integrar una cooperativa genuina.
No quiero argumentar contra eso, respondió Kropotkin. Y,
por supuesto, en donde quiera que esas situaciones existan, uno debe
combatlrlas con toda su fuerza, así como combate toda deshonestidad y
mlstlficación. Nosotros no necesitamos coberturas; despiadadamente
exponemos cada mentira en cualquier lugar que aparezca. Pero en Dmitrov
yo veo que están persiguiendo a los cooperativistas que no tienen nada
en común con los que ha señalado, y esto se debe a que las autoridades
locales, quizás los mismos revolucionarios de ayer, como cualquier otra
autoridad, se han burocratizado, convertidos en funcionarios oficiosos
que quieren controlar todas las cuerdas de los que están subordinados a
ellos, y piensan que toda la población está subordinada a ellos.
Estamos en contra de los burócratas en cualquier lugar y en cualquier momento, dijo Lenin. Nos
oponemos a los burócratas y a la burocracia, y debemos arrancar desde
sus raíces a estos remanentes del pasado, si aún anidan en nuestro nuevo
sistema; pero, después. Usted entiende perfectamente bien hacer
consciente a la gente, pues como Marx dijo, ¡La más terrible e
inexpugnable fortaleza es el cráneo humano! Estamos tomando todas las
medidas posibles para obtener el éxito en esta lucha; y, ciertamente, la
vida misma forza mucho a aprender. Nuestra falta de cultura, nuestro
analfabetismo, nuestra torpeza, todo ello es obvio por dondequiera, y
nadie puede acusarnos como partido, como poder gubernamental, de lo que
se hace incorrectamente en la maquinaria de ese poder; menos aún por lo
que pasa en los confines del país.
Pero
el resultado es igualmente difícll de evadir para todos los que estAn
expuestos a la influencia de esta privilegiada autoridad, exclamó Kropotkin, que ya se está revelando en sí misma como un arrollador veneno para cada uno de los que se apropian la autoridad para sí mismos.
Pero no hay otro camino, añadió Lenin. No
se puede hacer la revolución calzando guantes blancos. Sabemos
perfectamente bien qué hemos hecho, y que vamos a cometer todavía muchos
y grandes errores; que hay muchas irregularidades y mucha gente que ha
sufrido innecesariamente. Pero, lo que pueda ser corregido, lo
corregiremos, aprenderemos de nuestros errores, debidos muy
frecuentemente a la simple estupidez. Pero es imposible no cometer
errores durante una revolución. No hay que convertirlos en obstáculos
que nos hagan renunciar a la vida por entero y no hacer nada. Pero, sin
embargo, hemos preferido cometer errores y actuar. Queremos actuar y lo
haremos, a pesar de todos los errores, y llevaremos nuestra revolución
socialista hasta la victoria final. Y puede ayudarnos en esto
comunicándonos toda la información que tenga de las irregularidades.
Puede estar seguro de que cada uno de nosotros se dirigirá a sus
informaciones asiduamente.
¡Excelente!
Ni yo ni nadie rechazaremos ayudar a usted y a sus camaradas, tanto
como sea posible, pero, nuestra ayuda consistirá principalmente en
reportarles todas las irregularidades que están ocurriendo por todos
lados y por las que la gente está lamentándose en muchas partes, señaló Kropotkin.
No
señale usted las lamentaciones, sino los aullidos de los
contrarrevolucionarios hacia los que no hemos tenido ni tendremos
compasión, dijo Lenin.
Pero, usted dice que es imposible el no tener autoridades, empezó a teorizar Kropotkin, y
yo digo que es posible. Hacia cualquier lado que usted voltee a mirar,
afloran ya bases de no autoritarismo. Acabo de recibir noticias de que
en Inglaterra los trabajadores de los diques en uno de los puertos, han
organizado en forma completamente libre una excelente cooperativa a la
que concurren frecuentemente trabajadores de diferentes industrias. El
movimiento cooperativista es enorme, su significación es extremadamente
importante.
Observe
a Lenin. Sus ojos chispearon un poco burlones escuchando a Kropotkin
atentamente. ParecIa perplejo de que a la vista de la enorme y
arrolladora actividad que desplegaba el movimiento generado por la
revolución de octubre, alguien pudiera hablar de cooperativas y más
cooperativas. Y Kropotkin continuaba hablando incesantemente acerca de
cómo, en alguna otra parte de Inglaterra, otra cooperativa también habta
sido organizada, cómo en un tercer lugar, en España, alguna pequeña
federación habla sido organizada, cómo el movimiento sindicalista había
desarrollado tal o cual iniciativa.
Es verdaderamente nocivo, interrumpió Lenin. Ud.
no dedica ninguna atención al lado político de la vida, y obviamente
desmoraliza a las masas trabajadoras al distraerlas de la lucha
inmediata.
Pero el movimiento profesional está unificando millones, esto de por sí es un factor de gran peso, dijo excitadamente Kropotkin. Junto con este movimiento cooperativo, constituyen un enorme paso hacia delante.
Eso está bien y es bueno, le interrumpió Lenin. Por
supuesto, es importante el movimiento cooperativo, tanto como el
movimiento sindicalista es negativo. ¿Qué puede uno decir sobre esto?
Eso es verdaderamente obvio ahora que se convierte en un verdadero
movimiento cooperativo, conectado con las más vastas masas de población.
Pero ¿ése es el problema real? ¿Es posible el tránsito hacia una
situación nueva sólo con eso? ¿Piensa que el mundo capitalista se
someterá a las consecuencias del movimiento cooperativista? Cuando
precisamente está tratando de manejar el movimiento. Esa pequeña
cooperativa, un montoncito de ingleses, sin poder, será destrozado y
transformado, muy probablemente en un siervo más del capital; esta nueva
tendencia cooperativista emergente, que favorece tanto, será
absolutamente dependiente a través de los cientos de trabas que se le
impondrán, forzándola a convertirse en un insecto atrapado en una
telaraña. ¡Todo eso es insignificante! Perdóneme, pero todo eso no tiene
sentido. Nosotros necesitamos acción directa de las masas, ese tipo de
acción que toma al mundo capitalista por la garganta y lo echa abajo.
Por lo pronto, no existe tal actividad en el cooperativismo. Todo eso de
lo que usted habla son juegos de niños, charla ociosa, sin base sólida,
sin fuerza, sin recursos, y que en casi nada se acerca a nuestros
objetivos socialistas. Una lucha directa y abierta, una batalla hasta la
última gota de sangre, eso es lo que necesitamos. La guerra civil debe
ser proclamada por dondequiera, apoyada por todas las fuerzas
revolucionarias y de oposición; una guerra de tal alcance como la pueden
dar estas fuerzas.
Habrá
mucha sangre derramada y muchos errores en la lucha. Yo estoy
convencido de que en Europa occidental serán pronto mayores que los que
ha habido en nuestro país, debido a lo más agudo de la lucha de clases
ahí, y la gran tensión entre las fuerzas opuestas que pelearán hasta la
última oportunidad que tengan en ésta, que quizá sea la última
escaramuza con el mundo imperialista.
Lenin, habiendo dicho todo esto con animación, clara y acentuadamente, se levantó de su silla.
Kropotkin se recostó en su silla y con atención, que fue cambiando a desinterés, oyó las agresivas palabras de Lenin.
Después de eso dejó de hablar sobre cooperativas.
Por supuesto, tiene razón. Sin lucha nada puede ser logrado en ningún país, sin la más desesperada lucha, dijo Kropotkin.
Pero sólo una lucha masiva, exclamó Lenin. No
necesitamos la lucha y actos violentos de personas separadas. Ya es
tiempo suficiente para que los anarquistas entiendan esto y dejen de
estar desperdiciando su energía revolucionaria en asuntos altamente
inútiles.
Sólo
en las masas, sólo a través de las masas y con las masas, desde el
trabajo clandestino hasta el terror rojo masivo, si hay que hacerlo,
hasta la guerra civil, hasta una guerra en todos los frentes, hasta una
guerra de todos contra todos, ése es el único tipo de lucha que puede
ser asumido con éxito. Todos los otros caminos -incluidos los de los
anarquistas- han sido invalidados ya por la historia y enviados a los
archivos, y no sirven a nadie; inadecuados para todo el mundo, nadie es
atraido hacia ellos y sólo desmoralizarán a aquellos que por alguna
razón son seducidos por estos caminos ya inservibles.
Lenin paró repentinamente, sonrió con amabilidad y dijo: Perdóneme.
Parece que me he dejado llevar por mi entusiasmo y creo que lo estoy
fatigando. Pero ese es nuestro estilo de bolcheviques. Ese es nuestro
problema, nuestro cognac y un asunto que nos tomamos tan a pecho, que no
podemos hablar de éste calmadamente.
No, respondió Kropotkin. Es
altamente gratificante para mi el escuchar todo lo que usted dice. Si
usted y sus camaradas piensan de esta manera, si no están intoxicados
por el poder y se sienten a sí mismos seguros frente a la esclavitud por
la autoridad del Estado, entonces harán bastante. Entonces la
revolución está ahora en unas manos confiables.
Trataremos, contestó Lenin calmadamente, y
ya veremos que ninguno de nosotros se volverá engreído ni pensará mucho
en sí mismo. Esa es una enfermedad terrible, pero nosotros tenemos una
cura excelente: enviaremos a esos camaradas de vuelta al trabajo, a las
masas.
Eso es excelente, excelente, exclamó Kropotkin.
En
mi opinión, esto debe ser hecho con cada uno más seguido. Es útil para
todos. Uno nUnca debe perder contacto con las masas trabajadoras y debe
saber que sólo con las masas es posible lograr cualquiera de las cosas
que hayan sido estatuidas en los más audaces programas. Pero los
soclaldemócratas piensan que en el partido bolchevique hay mucha gente
que no son trabajadores, y que estos no trabajadores están corrompiendo a
los trabajadores. Lo que se necesita es lo inverso, que el elemento
trabajador prevalezca y que ellos, los no trabajadores, sólo ayuden a
las masas de trabajadores en materia de instrucción en el negocio de
organizar y dirigir alguna área del conocimiento u otra; ellos deberlan
ser como un elemento de servicio en una u otra organización socialista.
Necesitamos ilustrar a las masas, dijo Lenin, y sería deseable, por ejemplo, que su libro, Historia de la revolución francesa,
fuera publicado inmediatamente en una gran edición. Después de todo, es
útil para cualquiera. Nos gustaría mucho publicar este excelente libro,
y en una cantidad suficiente para llenar todas las bibliotecas, las
salas de lectura en los pueblos y las bibliotecas de las compañías, de
los regimientos.
Pero, ¿dónde puede ser publicado? Yo no permito una edición publicada por el Estado, increpó Kropotkin.
¡No! ¡No!, interrumpió Lenin sonriendo amablemente.
Naturalmente no en la editorial del Estado, sino en una editorial cooperativa.
Kropotkin movió la cabeza, aprobando, visiblemente agradado por la propuesta y la rectificación.
Bueno,
entonces, si usted encuentra el libro interesante y necesario, yo
acepto publlcarlo en una edición gratuita. Quizá sea posible encontrar
una editorial cooperativa que acepte.
La encontraremos, la encontraremos, confirmó Lenin. Estoy convencido de ello.
Con esto, la conversación entre Kropotkin y Lenin empezó a decaer.
Lenin
miró su reloj, se levantó diciendo que tenía que prepararse para una
sesión del Sovnarkom. Se despidió muy afectuosamente de Kropotkin,
diciéndole que estaría siempre contento de recibir cartas e
instrucciones suyas, a las que daría mucha atención.
Kropotkin,
a su vez, se despidió de nosotros y se encaminó hacia la puerta en
donde lo despedimos Lenin y yo. Se fue en el mismo auto hacia su
departamento.
Kropotkin tomó en cuenta la oferta de Lenin. El año siguiente -1920- le envió dos cartas.
Ninguna tuvo respuesta.
Kropotkin murió en 1921.